domingo, diciembre 23, 2007

Fin de semana playero

El viernes llegué a trabajar con mi bolso y saco de dormir a cuestas. Era evidente que no era un día común y corriente. Tuve la - mala - suerte que mi jefa me viera cuando entré a la oficina: "¿te vas de campamento?", a lo que me limité a responder: "algo así". No era un campamento lo que tenía en mente, sino... un fin de semana en la playa. Brisa marina, sol y relajo... sobretodo relajo.

A las 4 apagué todo. No me fui altiro, con el presentimiento que algo pasaría y que tenía que quedarme unos minutos más. Menos mal sólo fue una corazonada sin fundamento, producto de la costumbre de que me embarren los viernes justo antes de irme a la casa. A eso de las 5 estaba en Providencia camino al centro: la primera detención era en Movistar de Teatinos, pues era hora de ir a buscar mi telefonito que estaba en reparación. Y ahí estaba, mi pobre teléfono, al cual terminaron cambiándole una parte de la pantalla que se le había muerto. Menos mal, alcancé la garantía, si no la gracia me hubiera salido algunas lucas que no me entusiasmaba para nada pagar.
La siguiente parada era un poco incierta... sabía que tenía que estar a las 19:30 en Estación Central, pero eran un poco más de las 18:00... ¿qué haría mientras?. No fue difícil tomar la decisión... necesitaba comprar un cargador de teléfono (dado que había olvidado el mío y me estaba quedando sin batería), además de un par de artículos de primera necesidad para el viaje: un juego de naipes, pilas, un par de fonos, etc. Con todo eso... sólo alcancé a tomarme un helado antes de ver la hora y darme cuenta que ya iba tarde... ahí empecé a acelerar el paso, y a moverme entre la gente que parecía fluir de manera atiborrante entre las calles y pasajes del centro.
Gaby me esperaba en el metro de la Chile, desde donde partimos rumbo a Estación Central: como buen viernes de fin de semana largo (para algunos), el terminal estaba lleno de gente... o sea, lleno de gente!... además que San Borja no está muy expedito que digamos... eso dificultaba aún más moverse. El calor también era un factor que nos jugaba en contra... a pesar de ser las 7.30 de la tarde... era muy sofocante caminar por donde fuera. Nos instalamos en el bus que partía a las 20.00... preparadas para un viaje de 3 horas. Ya había ido a Pupuya antes... hace un par de años, pero había olvidado la cantidad de curvas que tenía el camino... algo que marea a cualquiera... tenía la vista fija en el camino, considerando además que nuestro chofer era experto en manejar por el medio del camino... menos mal era una vía poco transitada.
Llegamos a nuestro destino pasadas las 23:00 hrs. Pamela, la anfitriona, nos esperaba en el cruce. Esa noche fue sólo de naipes y conversación... la playa la dejamos para la mañana siguiente: había que ponerse al día en varias cosas... una conversación relajada, como las de antaño, esas que se echan de menos... esas que a estas alturas puedes tener con poca gente. En un momento me sentí como en el colegio otra vez, fue una sensación muy grata, debo decirlo. Nos acostamos de madrugada, con la promesa de partir "temprano" a la playa al día siguiente. Bueno, las cosas no siempre se cumplen a cabalidad... luego del desayuno partimos a la playa. El día estaba nublado, pero cuando nos encontramos sentadas mirando el mar el sol salió de entre las nubes... y empezó a pegar fuerte. Seguimos nuestra odisea a través de la orilla, ya con nuestros pies en el agua y jugando como cabras chicas... incluso nos dimos tiempo de maravillarnos con la fauna marina... entre estrellas de mar y cangrejos, rehicimos toda una analogía de Bob Esponja. Así se siente una cuando te olvidas de lo que hay en la ciudad día a día... así te olvidas de lo que deseas tanto olvidarte... aunque sea por un par de horas.
Continuamos ese día entre excursiones y caminatas... sí, caminatas... más del ejercicio que acostumbro a realizar diariamente. Entre los paseos realizados, tuvimos interacción con el mínimo de personas... es increible como hay lugares en este país donde casi no ves gente... y que tienen una belleza que no te explicas por qué tan poca gente los conocen. Una de nuestra mayores interacciones fue con la "vaca playera" que encontramos en una de las caminatas... retratada con mi cámara como símbolo de "hey!, este es mi primer contacto con el mundo animal natural en más de un año!"... simplemente impresionante. Sólo que ninguna se atrevió a tocar a la vaca... y cuando una trató, obviamente ella se sintió "no agradada".
El término de jornada se coronó con mi incursión culinaria más experimental que haya realizado hasta el momento: pan amasado. No puedo quejarme, quedó bueno... a pesar de lo quemado. Jornada interesante, con muchas cosas en pocas horas... como sacándole el jugo al tiempo. Y así lo hicimos, pasamos otra noche de cartas y conversación... un "aquelarre" improvisado... que algunos se perdieron por... no se, pero definitivamente se lo perdieron, fue un fin de semana notable por donde se lo mire. Llegué a Santiago súmamente cansada... pero satisfecha y contenta, con paz y relajo interior... de esas cosas que escasean más en estas fechas... fin de año, ajetreo y mucha gente.

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