martes, junio 03, 2008

No mires tanto

Pasar más tiempo en la calle... en contacto con el resto de los seres humanos te obliga a comportarte como ellos: caminas, te detienes ante un semáforo en rojo, corres para alcanzar el bus, sacas la Bip, la cargas en el metro, te subes al carro, te apuras cuando suena el pitito, etc, etc. Pero también hay cosas que escapan a la vista del resto, aquellas que sólo compartes contigo misma en ese preciso instante en el que ocurren. Si te dio rabia como te miraron en la micro, si te sentiste bien por ayudar a cruzar a un abuelito, si le indicaste a la señora donde estaba el metro más cercano, si te emputeció que el weon que te pasó a llevar ni siquiera te miró para disculparse.

Ayer compartí uno de esos momentos íntimos conmigo misma en mi salida a terreno. Se trataba de mi primera visita a colegios, me entrevistaría con un director y jefe de utp. Así que me produje un poco... botines lustrados, pantalón de vestir, chaleco de cuello alto, abrigo largo, etc. No es taaaanta producción, pero para mi clásico pantalón de buzo o el jeans, el polerón y las zapatillas, sí es distinto. Salí a la calle con la sensación de que debía olvidarme de la amabilidad y andar a la defensiva, el clima tampoco era muy cálido que digamos, así que contribuyó a borrar la sonrisa del rostro y a "no pescar". "Como lo hace todo el mundo" fue lo que pensé.

Todo bien hasta que tomé el colectivo al centro (iba algo apurada, así que preferí omitir el metro al menos de ida). Me tocó sentarme adelante, en el asiento del copiloto. Toda compuesta empiezo a buscar la plata para pagarle al chofer... diablos!, no encontraba los $200 que me faltaban!... si hay una cosa que me molesta que la gente se demore tanto en buscar la plata para pagar la locomoción. Lo siento, es una manía poco tolerante, pero suelo andar con dinero en mano para precisamente no tener que buscar tanto. Lamentablemente esta vez el cálculo monetario había fallado, y donde se suponía estaban las monedas, ya no lo estaban. Mi compostura se fue perdiendo en la medida que seguía registrando mis bolsillos y los bolsillos de mi cartera. Cuando ya me dije que era imposible que tuviese que pasar otro billete de $1.000 sabiendo que debería tener sencillo, encontré una moneda de $500. "Bueno, no será tanto vuelto" pensé, y le pasé el dinero al conductor, que a estas alturas ya llegaba casi a Departamental.

Fue en ese minuto cuando me fijé en él, y ahí no pude despegar la vista: entre 28 y 30 años, pelo largo y ondulado, colgando sobre sus hombros, barba y ojitos oscuros, camisa arremangada hasta los codos. Ciertamente en ese momento mi cabeza no razonó, y mis hormonas hicieron el trabajo. Con cara de estúpida estiré la mano para pasarle la plata y casi autómata pregunté "¿dónde cruzas Alameda?". Me recibió el dinero y me respondió "Llego al metro Santa Lucía", aún con cara de idiota dije "perfecto..." (a pesar de que yo iba a metro Moneda, que importaba!). Acto seguido, él vio el dinero y me devolvió la moneda de $500 con una sonrisa. Ahí me mató, debo confesarlo. "Gracias...", fue todo lo que atiné a decir. Si hubiese sido otro, me hubiese hasta molestado: "claro!, me demoro un kilo en encontrar $200 y después me devuelve la moneda???, que descaro!", pero en vez de eso pensé que era demasiado tierno que sólo me cobrara $1.000 para llegar al paradero. Lo que son las hormonas...

El resto del viaje fue para aprovechar de mirarlo cada cierto rato... utilizando todo tipo de excusas: arreglándome el abrigo, acomodando los audífonos en mis orejas, ordenándome el pelo, sacando el celular para revisar las llamadas que no recibí, etc... etc... bobería a prueba de balas. Pasando el rato me puse a razonar un poco más y me empezó a dar entre risa y vergüenza. La verdad no se si él lo notaba, pero a ratos parecía que sí. Aunque debo confesar que hacía tiempo no me entretenía tanto con un viaje en colectivo. Si hasta me deleitaba viendo como el viento sacudía su pelo y lo hacía flamear - para mí - casi en cámara lenta. Y aunque manejaba como las pelotas, no me importó. Al contrario, llegué hasta celebrar su "habilidad" al volante para esquivar vehículos. Si hubiésemos chocado por su culpa, de seguro le echo la culpa al otro vehículo.

Llegamos al lugar del paradero y con mi mejor cara dije "gracias, chao". Me bajé con la sensación térmica de un día de verano (tipo 15 de enero), a pesar de que hacía frío invernal. Se había acabado el "momento hormonal", muy a mi pesar... pero la realidad continuaba. Caminé por el centro, ahora riéndome abiertamente del episodio. Muy pocas veces me habían ocurrido "flechazos" de este tipo.

Después de mi tarde laboral de reuniones, no quise regresar a La Florida en colectivo por si las moscas... no hubiese tolerado otro episodio de los mismos. Así que recurrí al metro: mi siguiente parada era el cine. Es raro que vaya al cine un lunes, pero me había ganado las entradas de una premiere a través de una radio, no iba a perder el regalo. Cuando me encontré con Chascón (gracias por aceptar mi invitación), media avergonzada le conté el episodio de la tarde. Aparte de reirse como media hora me preguntó por qué no había invitado al cine a mi chofer favorito. Y recalcó que no es malo dejar que las hormonas se expresen de vez en cuando, y que al menos hace los trayectos más agradables. No lo niego, tiene razón.

No se si merezca mención, pero para coronar el día... se me ocurre ver Informe Especial, donde hablan de como encuentran restos de "cualquier cosa" en los moteles... mala idea, pues eso termina por matar las pasiones de cualquiera, qué más puedo decir.

1 comentario:

Chasconcito dijo...

jajajjajajjajajajaajajajajajajaja.................

podría seguir riendome mucho más todavia. pero no. de todas formas que bueno que te pasen estas cosas de repente, igual tiene su gracia flechar en la calle