lunes, mayo 12, 2008

Cine: Green Card

Historias de amor en el cine hay para todos los gustos: entre tragedias, comedias, dramas, misterios, etc., han nacido parejas interesantes, divertidas, tiernas... que no dejan indiferente. No me reconozco como una cinéfila extrema, de hecho, no veo tanto cine como pudiese parecer... no obstante, hay películas que me sirven de "caballito de batalla" y que me gusta ver cada cierto tiempo... a veces las reflexiono, otras veces no tanto.

"Green Card" (1990) me gusta porque no es pretenciosa ni ostentosa como las típicas películas de los '80, y aún así logra recrear un Nueva York de "estereotipo", pero que resulta interesante. Esto la hace calificar dentro del tipo "film alternativo", cosa que de todas formas resultaría discutible hoy en día: ni la "incombustible" Andie MacDowell ni Gérard Depardieu son actores "low perfil" (al menos Depardieu dejó de serlo con "Cyrano de Bergerac"). Quizás esa era una de las cartas más potentes de Peter Weir, director de la película, para mantener el éxito obtenido con "La Sociedad de los Poetas Muertos" (1989)

La Trama

George Faurè es un francés que llegó a U.S.A. en busca de una oportunidad, pero cuya visa está por vencer, lo que le obliga a regresar a su país o establecerse legalmente a través de un vínculo con Norteamérica: el matrimonio. Debe, por tanto, casarse con una estadounidense para poder conseguir la "green card" o visa de residencia, o si no, emprender regreso a su país de origen.

Brönte Parrish es horticultora, hija de un escritor y que ama demasiado su trabajo con la naturaleza. Es parte de un grupo ecologista que tiene por misión "ornamentar" con verde los cementados barrios marginales de Nueva York. Desea cambiarse de departamento y se "enamora" de un piso que tiene un gran invernadero: el problema es que la junta del edificio por los sucesivos problemas con el departamento "12 F", no lo arrendará si no es a una tranquila joven pareja de recién casados. Brönte cumple todos los requisito menos el del matrimonio.

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Anton, amigo de Brönte, le comenta a ella la situación de George (un buen conocido suyo), por lo que es el sujeto indicado para realizar un "matrimonio por conveniencia". Así, sin siquiera haberse visto, deciden casarse. El trato parece simple, firman los papeles del matrimonio, dejarían pasar un par de días, y empezarían a tramitar el divorcio. No obstante, el asunto se complica cuando Inmigración comienza a investigar a George y lo va a visitar a él y a "su mujer" a casa. Debido a las sospechas que tiene "la migra" sobre el matrimonio, George y Brönte serán sometidos a una entrevista detallada, donde deben demostrar el fiel conocimiento de su pareja con lujo de detalles: problema no menor, sabiendo que ninguno sabe siquiera bien el nombre del otro. Esto los obliga a tener que compartir algunos días viviendo juntos y "estudiando" al otro para poder "aprobar" la entrevista. Es en este período de tiempo donde George y Brönte comienzan a conocerse, odiarse y quererse.

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Lo inverosímil y la coherencia

Parece imposible, o resulta no menos fantasioso aceptar que una pareja de desconocidos decida casarse sin siquiera haber entablado conversación alguna. Aunque desde cierto punto de vista, no lo parece tanto: George necesita la "green card", esa es una razón potente, lo que deja a Brönte en una posición absurda: ¿casarse por un invernadero?, ¿y con un desconocido, teniendo novio?. Entre descabellado y tirado de las mechas. Pero hay que observar lo siguiente: se trata de una mujer independiente, que ha estado gran parte del tiempo sola. No recurre a sus amigos (tiene pocos o casi no tiene), y su novio parece más un amable ("nice") compañero de trabajo que una pareja propiamente tal. Si extralimitamos esa observación, podemos aceptar que ella tome tal decisión: "un desconocido no exige razones".

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¿Es posible enamorarse en un fin de semana?

George y Brönte tienen un fin de semana para "estudiar". Así George se muda con Brönte al departamento del famoso invernadero. Al principio parece todo un desastre: George es de carácter fuerte, amante de la vida sin reglas, vive el momento, disfruta de la buena mesa y del café cargado. Es ruidoso, impone presencia. Brönte, por el contrario, es pasiva y retraída, autocontrolada, no demuestra demasiado sus sentimientos y es vegetariana. Nadie podría pensar siquiera que pudiesen compartir una cena juntos. No se trata de amor a primera vista, con estos antecedentes, claro que no.

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No obstante, el objetivo que persigue cada uno es lo que hace conciliar algo de "paz" en su convivencia. Esta "tregua" posibilita espacios poco comunes en los cuales logran saber más información de cada uno, que si tuviesen una relación de años: es distinto cuando tienes los hábitos de la otra persona en vivo y en directo ("otra cosa es con guitarra").

¿Por qué enganchar de todas formas?. Pues la razón pareciese ser que ambos admiran del otro precisamente las cualidades de las que ellos carecen: Brönte quisiese ser más arriesgada en la vida, vivir con más intensidad, disfrutar mucho más de las cosas; mientras que George le gustaría ser menos bruto, más sensible y comprensivo, al tiempo que tener una visión un poco más positiva de la vida. Esas cualidades admiradas y la tolerancia que generan el uno para con el otro, es lo que finalmente desencadena la existencia "tácita" de una relación (no les voy a contar como termina, por si alguna vez la ven).

Lo interesante y rescatable

Más allá de la trama (que fue curiosa en su tiempo), hay detalles del film que invitan a poner atención: se juega mucho con los gestos y las miradas. En esto, el contacto visual entre George y Brönte es central. Recién ahí podemos notar los distintos sentimientos entre los personajes: hay escenas donde esto es vital, pues si sólo quedaran en diálogos, nunca llegaríamos a concluir que pasaría después.

Otra cosa rescatable es la estigmatización y reivindicación que se hace de Nueva York como espacio de desarrollo de la trama: están los espacios grises, ruidosos, atareados, marginales; pero a la vez está el verde, la naturaleza, los árboles, las actividades al aire libre. Son las dos caras de la moneda conviviendo en el mismo espacio, como George y Brönte.

Moraleja del film

No, no es que potencialmente te vayas a casar con un extraño por una visa o un invernadero. Una de las moralejas más potentes es que la "convivencia" entrega conocimiento del otro que no se obtiene de otra forma (el cura de mi parroquia se escandalizaría si leyera esto). La otra moraleja, es que la forma de los personajes hace pensar que los extremos coinciden con su opuesto, es decir, que no se trata de convertir al otro al "yo", si no complementar el "yo" con lo que otro tiene y el "yo" no posee. Soy una ferviente creyente de que las relaciones humanas generadas por antagonismo son más impactantes que las generadas por sintonía. Apuesto que muchos coinciden conmigo en eso, a pesar de lo tormentoso que pueda resultar.

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