jueves, febrero 28, 2008

She is... (Ausente)

Esto era extraño. Siempre se había caracterizado por ser una persona puntual. Al menos, si tenía algún problema que la retrasara, llamaba para avisar. Así había sido siempre. ¿Por qué sería distinto ahora?, ¿le habría pasado algo?. Quizás se le quedó el teléfono en casa, o tal vez no lo escucha en la cartera. Si es así, debe estar por llegar.

Ya eran pasadas las 10 y él estaba sentado en la banca de la plaza donde quedaron de verse. La cita era a las 9, y ella no llegaba. Habían quedado de juntarse para comer juntos en un restaurante. Aprovechando que era 14 de febrero, celebrarían el día a su manera, una cena no muy romántica, quizás visitar un pub después, y si lograban conectar esa noche, terminarían en la casa de alguno de ellos. Si era en la casa de él, era probable que a eso de las 4 de la mañana ella pidiera un taxi que la llevara a su departamento. Si era en el departamento de ella, ella le pediría un taxi a él que lo llevara a su casa cerca de las 4 de la mañana. Así había sido siempre. Que él recordase, nunca habían pasado una noche juntos. “Quizás esta noche es el momento”, pensó.

Se levantó de la banca y caminó alrededor de ella, con la cabeza baja e intentando nuevamente con el celular. No había caso. Nunca había caso. Era primera vez que ella no le contestaba el celular, pero no la primera vez que lo evitaba. Él lo sabía bien. Muchas veces, y de muchas maneras, “pero más sutiles que no contestar el celular”, pensó, ella esquivaba sus preguntas, sus interrogatorios, sus cuestionamientos, sus peticiones… sus ¿sentimientos?. “Ausente”, se dijo a sí mismo, “ausente desde el principio, jamás he logrado traerla hasta este lugar del mundo”. Sin querer recordó la primera vez que tuvieron una charla extensa. “No te hagas ilusiones, yo vivo mi mundo… y nadie lo tolera, sólo yo”, le dijo. Esa vez él rió, pensando que era una forma de cautivarlo, como la idea de “hacerse la chica misteriosa”. Ahora se dibujaba en su rostro una sonrisa melancólica al reconocer que todo eso era completamente cierto.

“¿Por qué insistir?”, se preguntó. A veces dudaba si lo que sentía hacia esa mujer era realmente amor. Dada su declaración de principios, siempre se lo planteó como una opción conciente, casi como una decisión racional: “voy a amar a esta mujer”. Pensando en los acontecimientos, se reprochó “¿por qué tan masoquista?, ¿por qué no dar la vuelta y olvidarme de esto?”. Quizás no era tan racional después de todo. Pero si era así, ¿qué era lo que le atraía de ella para soportar tal desaire?. “Su franqueza, su misterio, mi deseo de llegar más allá, mi imposibilidad de entenderla quizás… ¿embrujo?, no, esas cosas no existen”

En un momento se retractó en algunos de sus pensamientos. Recordó que fue él el primero que le habló acerca de la futilidad de los compromisos, de lo poco práctico de la formalidad en las relaciones. Sí, fue así como llegaron a su acuerdo de palabra: nada de compromisos, nada de exigencias. El problema era que ella se había adaptado a la perfección a esa cláusula, mientras que él… aparentemente no. Necesitaba más que espacios dentro del tiempo libre de ella, necesitaba más que encuentros furtivos a mitad de la noche, necesitaba más que una llamada ocasional para saber cómo está… más que migajas y el desconocimiento de su mundo, de lo que realmente le gusta, de lo que le asusta, lo que teme y lo que espera.

Notó la hora, ya eran cerca de las 11. Decidió guardar definitivamente el celular en su bolsillo. Abandonó la banca y comenzó a caminar hacia algún lugar del cual no tenía claridad, se dejaba llevar por sus pies. Definitivamente, esa no iba a ser la noche donde darían un paso adelante. Esta era la noche donde a él le tocaría dar el paso al lado.

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