Es hora de marcharnos, tenemos que subir al auto que nos espera hace un buen rato. Tironeo a mi amor del brazo para apurarlo, pero él está abrazando a su familia que lo está felicitando. Yo mientras recibo besos y abrazos de mucha gente… empiezo a ahogarme un poco. No recordaba conocer a tantas personas. Quiero entrar al auto, es una necesidad imperiosa que comienza a desesperarme… estoy a punto de lograr que él se suelte de los brazos de su madre… volteo rápidamente al escuchar una frenada de auto demasiado cerca. Observo que una camioneta casi embiste a un auto justo al frente de la iglesia… todos nos quedamos callados, asustados por si hubiera pasado algo, pero sólo fue una falsa alarma. Suspiro de alivio, pero todavía tengo los ojos pegados en ambos vehículos.
Hay una figura me llama la atención… está al otro lado de la calle, observando los autos que estuvieron a punto de chocar. La reconozco de inmediato… está más flaca, con el pelo más largo y desordenado, pero con el mismo abrigo negro “regalón” que no cambiaría por nada. Tiene las manos en los bolsillos, y no se ha dado cuenta que la estoy mirando…
Lo que tanto pensé y especulé estaba frente a mis ojos… la posibilidad de que viniera a mi matrimonio, de que estuviera acá. Pero la imagen es diferente: no está aquí felicitándome, ni arrancándome el pelo… sino que en la calle de enfrente, cual fugitiva que no quiere ser vista.
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¡Un frenazo!... me saca de lleno de mis pensamientos. Una camioneta y un auto… está claro quien hubiera sacado la peor parte. Estoy viendo como ambos conductores se bajan de los vehículos gritando e insultándose mutuamente… me parece algo tan primitivo, pero tan aliviante a la vez… esbozo una sonrisa cuando se me cruza ese pensamiento en la cabeza. Me quedo expectante a lo que ocurrirá, si es que finalmente se irán “a las manos” como ambos amenazan. O sólo se quedará en eso… amenazas.
Tan concentrada estaba que no me había dado cuenta de que alguien me estaba observando del otro lado de la calle… de la iglesia, precisamente. He sido descubierta, ya no soy omnisciente, sino que el punto fijo que utiliza la vista de una persona… justo de quien menos quería que me viese.
Se acabó, si podía ocultarme y sólo observar, ahora soy yo la que está siendo analizada. Me cuesta mirarla a los ojos, pero cuando lo hago, puedo sentir como trata de hablarme a través del pensamiento. No me está insultando, no me está gritando… me está implorando…
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