jueves, julio 13, 2006

Mejor no hablemos de amor ( II )

Abril… mayo… junio… julio… un otoño-invierno paradisíaco. No importaba nada, ¿cierto?, me daba lo mismo las cosas que dijera la gente, yo “estaba enamorada” y no me importaba. Pasamos tardes enteras entre eternas conversaciones y pololeo adolescente… me sentía sencillamente una quinceañera, si hasta podía verme con el jumper puesto. Quienes tuvieron la suerte (o la desgracia) de verme aquel tiempo podrían corroborar esto que les estoy diciendo. ¿Embodada?, sí, claramente sí… me olvidé que tenía estudios que cumplir, que tenía responsabilidades… por muy pequeñas que fueran, que había más gente alrededor… mis pensamientos se iban reduciendo a “nuestra última junta”, y a “cuánto tiempo tendría que pasar hasta la próxima vez que nos viéramos”.

Podría decirse que era el comienzo de algo muy intenso, y aunque los dos nos decíamos mutuamente que no era eterno, los primeros meses nos olvidamos del tiempo… por mi parte fui lo más sincera que pude, dije mis verdades y aunque me avergonzara de algunas cosas, no escatimé en depositar mi confianza. Le di cariño… le di amor… siento que me correspondió, me sentía querida. Que belleza de vida!... sin querer empezaron los planes... “si tu te vienes conmigo”, “cuando vuelva…”, “me quedaré un tiempo más para…”. ¿Será posible?. Yo creía que esas cosas no pasaban… yo vivía “el momento”, sabiendo que tenía que terminar… pero este personaje comenzó a darme esperanzas, de las que nunca habíamos hablado, y las cuales evitábamos de mutuo acuerdo… ¿Por qué lo hacía?, yo pensaba que había un cambio, que tal vez era viable tenernos por más tiempo… y aunque traté de irme con calma, mi ímpetu me hizo tomar vuelo.

Todavía me acuerdo cuando me dijiste que no querías irte, que querías quedarte conmigo… así como también al mes siguiente, sin saber por qué, me dijiste “olvídate de mí, no te convengo”. Un balde de agua fría sobre mí, de la noche a la mañana cambiaste y yo no entendía por qué… me esperanzaste y me hiciste creer que podíamos ilusionarnos, y después apareciste con ese discurso: “esto no va a resultar, terminemos aquí”. Como si fuera poco, me dijiste que te ibas y que no volverías a Santiago. Cuando te preguntaba “por qué”, tú sin mirarme me decías que tu vida se había complicado y una sarta de palabras que para mí no tenían sentido… la distancia era nuestro único límite, e incluso con eso habíamos logrado sobrellevarlo, ¿Qué cosa impedía ahora tu retorno y te exigía el pedirme que te olvidara?. Una y otra vez traté de insistir… te negaste a hablar, me asusté… te pregunté si te había hecho algo, que por qué no confiabas en mí… tal extremo que llegué a decirte que no iba a pedirte nada, pero que me dijeras cuál era el problema. Te negaste nuevamente. No me atreví a insistir… entre el darme cuenta el patetismo en el cual estaba cayendo, y el ver que así tampoco ibas a confiar en mí… no pregunté más. No hubo más visitas, no hubo más llamados por teléfono… no hubo más mails.

Para octubre del 2003 Mr. H desapareció de mi vida.

Yo con mi pena a cuestas, me preguntaba una y otra vez “¿Por qué?”… “¿Qué hice?... ¿Qué le hice?”. Duda que tuve que cargar bastante tiempo, porque sus razones nunca me convencieron, no era posible que no pudiésemos darnos una oportunidad… yo se la habría dado, no me importaba el pasado, no me importaban los errores.

“Mi primer día sin ti” (Enanitos Verdes) se convirtió en mi estandarte en esos días… tal como lo fue en 1995 cuando sufría por mi primer amor adolescente… la diferencia, es que ya no era adolescente, tenía 20 años y una tremenda pena. Recuerdo haberme preguntado si “el niño que enloqueció de amor” era de verdad una historia verídica… yo ya me sentía parte de una tragedia.

Continuará...

No hay comentarios.: