martes, julio 25, 2006

Mejor no hablemos de amor ( VIII )

Me sentía como una adolescente nuevamente. Fue extraña esa sensación. No se cuanto rato estuvimos así… sólo recuerdo que en un momento yo me aparté. Era como una reacción involuntaria asumo, porque no recuerdo haber pensando alguna cosa que me llevara a hacerlo. Mr. H al notar esa reacción me preguntó “¿Qué pasa?”. Yo creo que moví la cabeza sin decir nada. Traté de explicarle que me sentía rara, que no era algo que “tuviera” que pasar. “Deja de pensar tanto… le das muchas vueltas” me dijo. No se, me dieron ganas de pegarle o tirarle algo por la cabeza… antes de que dijera o hiciera otra cosa empezó a hablar de nuevo:

- Sí, ya… tienes razón, siempre la tienes. Mira, yo se que me porté como un demonio contigo. Se que me fui y que no te dije nada, que te aparté sin explicarte nada, y me imagino que te dolió mucho. Yo de verdad confío mucho en ti, pero en ese minuto me dio miedo decirte que era lo que realmente pasaba. No sabía cómo ibas a reaccionar… no sabía si era una justificación tampoco. Sólo que sentía que no estaba en mi lugar, me dio miedo asumir el riesgo y que de repente se fuera todo a la mierda. No quería cagarte con mis tonteras, y yo tampoco quería seguir cagándome la cabeza de tanto pensar.

Siguió hablando, me volvió a decir que él creía que me merecía alguien mejor que él, y que por eso se fue… pero que si me explicaba que se iba por miedo, o por indecisión pensaba que yo me iba a quedar con una mala impresión, o que iba a insistir en algo que no tenía vuelta y un montón de cosas más. En el fondo se excusó, y aunque no lograba entender bien la fuente de su disculpa, tampoco me hacían sentido otras cosas…

- ¿Y ahora qué? – Se lo dije en tono de duda, pero de una duda que descoloca… de alguien que no entiende ni la mínima parte de todo.

Se quedó en silencio unos minutos, como si pensara y buscara las palabras adecuadas. Y creo que las encontró: “Es el momento de darle un final como la gente”. Con eso me quedaron claras algunas cosas, como por ejemplo el hecho que no venía a buscar una segunda oportunidad, así como tampoco había vuelto a vengarse o cuanta cosa se me había ocurrido pensar antes. Tal como lo tenía pensado en mi caso, él venía a cerrar su cuento con un fantasma… ¡Qué curioso que el fantasma haya sido yo!

Me tocó el momento de hablar, y lo hice. Se lo dije todo. Me desahogué. Le dije todos los rollos que me había pasado cuando desapareció, todo lo que me había costado intentar olvidarme de “lo nuestro”, y que me parecía insano terminar en una plaza besándome con él y dándome cuenta que todavía no lo superaba del todo. Él me dijo que tampoco lo superaba, pero que no era motivo para una segunda oportunidad… le encontré razón, ¿Qué podría quedar de todo, aparte de ese pasado compartido?. En algún momento llegamos al tema de la amistad… él venía a buscarme como “amiga”, que era una de las cosas que más le había dolido perder. Sí, obvio, yo siempre he funcionado bien como pañuelo de lágrimas de otros… podía entender su argumento. Llegué a pensar en su propuesta, pero no le contesté… no quería ser amiga de un sujeto que me revolvía tantas hormonas, no me sentía capaz de soportarlo. Pero me fui con cautela, le dije que no esperara encontrarme igual que antes, que las cosas cambian, tal como él lo había hecho.

Me dijo que lo entendía, que no me pedía nada, excepto la posibilidad de aclarar el asunto, y que por favor no lo odiara… que tratara de ponerme en su lugar: “Es pelúo no saber dónde perteneces”. Su rollo de la inestabilidad siempre fue la excusa que justificaba su comportamiento, esta vez no fue la excepción. En fin, de sentimientos encontrados, terminé diciéndole que si bien no entendía todavía qué quería exactamente, estaba de acuerdo que había que dar un corte. La conversación se giró hacia nuestras vidas, qué estaba haciendo yo, qué pretendía él en Santiago… me dijo que su estadía era indefinida, pero que no quería encariñarse mucho con la ciudad. De repente me vi acostada en la banca con mi cabeza apoyada en sus piernas, hablando de las mañas de mi pretendiente, y en como me zafaba de él cuando podía. Mientras él reía contaba que las minas lo terminaban aburriendo por “camotes”… llegamos a la conclusión, entre risas, que seríamos solterones mañosos riéndonos de todo el mundo. Así concluyó el encuentro: con la promesa de que todo había acabado y que aunque las cosas ya no serían iguales para una “amistad”, al menos no nos privaríamos de reírnos un poco de la vida y del mundo. Que gracioso, era demasiado ambicioso para que resultara.

Continuará…

1 comentario:

Megumi-san dijo...

Hola niña, por lo que veo la siatuación es larga y bastante confusa ¿verdad? pero sigue escribiendo que es un buen ejercicio de desahogo y te ayuda a poner las cosas en claro...


ahh y me encanta tu estilo de redacción...