miércoles, marzo 28, 2007

Quiero creer IV

“Acepto”… “acepto”… “acepto”. Sí, acepto. Estoy aceptando este hermoso error, que me costó caro, pero que no puedo no-aceptar. No, ya no me arrepiento. Lo miro y otro mundo se abre ante mis ojos. Debo olvidar, tengo que olvidar, ya no me importa, que se vaya al demonio, que haga lo que quiera, yo soy feliz, eso es lo que importa. Tengo que pensar en mí, tengo que vivir, me lo merezco.

Siento como toda la iglesia se levanta para aplaudirme, son todas aquellas personas que están contentas de verme feliz. Es lo que necesito, saber que estoy bien. Mientras camino del brazo de mi ahora marido por el pasillo de la iglesia, observo todos aquellos rostros conocidos que me sonríen al pasar, que me aplauden, que asienten con la cabeza. Yo les correspondo con una reverencia sincera, un eterno agradecimiento que ellos no pueden siquiera imaginar.

Mi culpa se hace tenue, pero no mi pesar. Y si bien mi alegría es lo suficientemente grande, mi razón todavía no ha dicho su última palabra. Quiero creer que tengo apoyo, que no soy sólo yo y él luchando contra el mundo… que nuestra relación no es una burbuja, que por el contrario, es real y tiene un asidero en la tierra… eso me hará más fuerte, y creyente en que esto es de verdad y que no se romperá al primer remezón. Es la única forma de probarme que la pérdida de tu amistad no fue en vano.

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Siento los aplausos. Todo acabó. He vuelto a colocar mis manos en los bolsillos y estoy a punto de irme, pero algo me detiene. La puerta de la iglesia se abre, lo cual me parece obvio… por ahí habrán de salir los novios, ahora marido-mujer. Se que no tengo nada más que ver… pero llevo casi una hora de pie acá, me cuesta hacer reaccionar a mis piernas. Siento una melodía en la cabeza, que de puros nervios me pongo a tararear… “tan-tan-ta-tannnn… tan-tan-ta-taann”.

Al ver la gente salir, involuntariamente me coloco tras un árbol… trato de no ser perceptible, aunque racionalmente pienso que ni siquiera estoy en el campo visual de los asistentes a la boda. Reconozco rostros entre esa masa… rostros de “mis” amigos, quienes ahora celebran. Están parados esperando que salgan los novios: cada uno tiene un puñado de arroz en la mano, ríen y hacen el ademán de lanzar el arroz a cada pareja que sale por la puerta.

La escena me parece iluminadora, por la gran cantidad de detalles que puedo ver en tan pocos minutos. Me siento omnisciente, es como si supiera lo que está pensando cada uno de ellos, sólo con observar sus rostros y sus movimientos. Están festivos, están rebosantes… y pensar que hace unos meses iban a mi casa a ofrecerme su apoyo. Fueron muchos de ellos quienes me recomendaron ir a un psicólogo. ¿Cura el psicólogo el dolor de dignidad?. Creo que no. Estaban seguros de que iba a suicidarme… y estuvieron al lado mío hasta que creyeron que ya no lo haría, hasta que creyeron que el peligro había pasado… que mi locura se había convertido sólo en pena superada… y despecho. Sólo hay algo que desconocen… no se trata de oportunidad sino de voluntad: las oportunidades se pueden propiciar, las ganas no. ¿Tengo ganas ahora?... podría tirarme al medio de la calle ahora. Pero para mí no es una opción… ahora…

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